POR LUIS M. GUZMAN
El anuncio del presidente Emmanuel Macron sobre el reconocimiento oficial del Estado Palestino marca un punto de inflexión en la diplomacia global. Francia, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y una de las potencias europeas más influyentes, abre un debate que podría reconfigurar las relaciones internacionales y los equilibrios de poder en Medio Oriente y más allá. Esta decisión simboliza una ruptura histórica con la cautela europea y anticipa tensiones que impactarán en la arquitectura global del poder.
Desde 1988, más de 130 países han reconocido formalmente al Estado Palestino, incluidos la mayoría de naciones en Asia, África y América Latina. Sin embargo, las principales potencias occidentales han condicionado el reconocimiento a un acuerdo bilateral con Israel. La decisión de Francia, por tanto, rompe con esta tradición y plantea un desafío directo a la narrativa liderada por Estados Unidos en las últimas tres décadas. Esto podría sentar un precedente para otros países del G7 y aumentar la presión sobre instituciones multilaterales.
El reconocimiento no ocurre en el vacío. Llega en medio de una devastadora crisis humanitaria en Gaza, donde millones de civiles enfrentan hambruna y desplazamiento tras meses de conflicto. Para Francia, la postura se presenta como un acto de equilibrio entre el respeto al derecho internacional y la necesidad de preservar su influencia diplomática en un escenario donde China y Rusia fortalecen su presencia. En este contexto, París busca reafirmarse como mediador global, evitando quedar rezagado frente a actores emergentes.
La Autoridad Palestina ha calificado el anuncio como un gesto histórico que legitima la lucha por la autodeterminación. Hamás, por su parte, lo interpreta como un paso hacia la justicia, aunque su respuesta estratégica dependerá de la implementación real del reconocimiento y de la presión internacional sobre Israel. Ambos actores ven en este giro una oportunidad para reposicionar la causa palestina en la agenda internacional.
La reacción israelí no se hizo esperar, el primer ministro Benjamin Netanyahu describió la decisión como «un error histórico» que premia el terrorismo, advirtiendo posibles repercusiones en la cooperación militar y tecnológica con Francia. El gobierno israelí también ha lanzado una ofensiva diplomática para evitar que otros países europeos sigan el ejemplo francés. Este endurecimiento anticipa tensiones comerciales y un aumento de la retórica nacionalista dentro de Israel.
Efecto dominó
En este contexto, Reino Unido y Canadá exploran la posibilidad de adoptar medidas similares. Si estas potencias se suman al movimiento, se podría generar un efecto dominó que obligaría a Estados Unidos a reconsiderar su postura tradicional. Alemania, por su parte, enfrenta un dilema entre su compromiso histórico con Israel y la presión interna por respaldar la solución de dos Estados. Cualquier decisión de Berlín será interpretada como un barómetro del futuro consenso europeo.
Las implicaciones diplomáticas son profundas. Francia podría usar su asiento en el Consejo de Seguridad para promover resoluciones vinculantes que fortalezcan la causa Palestina. Aunque el veto estadounidense sigue siendo un obstáculo, un reconocimiento europeo masivo aislaría a Washington y Tel Aviv en el escenario internacional. A la vez que este aislamiento redefiniría la dinámica de poder en organismos multilaterales y abriría un debate sobre la reforma del veto en la ONU.
Desde el punto de vista económico, el impacto podría sentirse en sectores estratégicos como defensa, tecnología y comercio bilateral. Empresas francesas con contratos en Israel podrían verse afectadas, mientras que Palestina podría beneficiarse de un aumento en la cooperación y la inversión internacional orientada a la reconstrucción. Además este realineamiento económico podría generar un corredor de inversiones entre Europa y el Medio Oriente árabe.
La dimensión geopolítica va más allá del conflicto israelí-palestino. El reconocimiento francés fortalece la imagen de la Unión Europea como actor global, en un momento en que busca independencia estratégica frente a Estados Unidos. Asimismo, ofrece a los países árabes moderados una narrativa diplomática que equilibre sus intereses con Occidente. Este escenario también puede alterar las alianzas energéticas en el Mediterráneo y el Golfo.
Sin embargo, este movimiento también entraña riesgos. Israel podría responder con anexiones unilaterales en Cisjordania, incremento de operaciones militares y presión sobre sus aliados regionales. A nivel interno, la decisión podría polarizar aún más la política francesa en torno a la inmigración y la seguridad. El impacto sobre la estabilidad interna europea no debe subestimarse en un contexto de auge populista.
En el plano internacional, un reconocimiento en cadena de países del G7 sería un duro golpe para la política estadounidense en Medio Oriente. Podría acelerar el aislamiento diplomático de Israel y dar nuevos bríos a las iniciativas multilaterales en la ONU. No obstante, la efectividad real dependerá de la presión conjunta para garantizar una negociación política viable. Sin un mecanismo de implementación, este reconocimiento corre el riesgo de quedarse en un gesto simbólico.
Los escenarios futuros son inciertos. A corto plazo, se prevé un endurecimiento israelí y un incremento del protagonismo europeo. A mediano plazo, si se suma una masa crítica de potencias, se consolidará un nuevo consenso global donde la creación del Estado palestino será vista como condición indispensable para la estabilidad regional. Este cambio transformaría no sólo la geopolítica, sino también la narrativa histórica sobre justicia y autodeterminación.
El reconocimiento francés no es un simple acto simbólico. Es una señal clara de que el equilibrio de poder está cambiando, con Europa reclamando un papel más activo en la gobernanza global. El desenlace de esta jugada dependerá de la respuesta de Israel, la reacción de Estados Unidos y la capacidad del mundo árabe para convertir este impulso en una oportunidad histórica para la paz.
El momento actual representa una prueba crítica para el multilateralismo y la vigencia del derecho internacional.
jpm-am
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