En 1972, Richard Nixon, presidente de Estados Unidos, sorprendió a la comunidad internacional con una de las maniobras geopolíticas más audaces de la Guerra Fría. Visitó la China de Mao Zedong, que acababa de salir de la violenta Revolución Cultural, y abrió un diálogo que dividiría al bloque comunista y causaría problemas a la URSS. Aquel gesto, bautizado como el «momento Nixon en China», fue un golpe maestro de la diplomacia realista: explotar la rivalidad sino-soviética para reequilibrar el orden mundial en favor de EE UU, y también presionar a la Unión Soviética para obtener una salida honorable de la guerra de Vietnam.
Hoy, más de cincuenta años después, el otra vez inquilino de la Casa Blanca sueña con repetir aquel milagro. Pero a la inversa: en lugar de acercar Pekín a Washington para aislar a Moscú, Donald Trump querría «despegar» a Rusia de una China cada vez más asertiva. Es la llamada estrategia «Nixon a la inversa», evocada en los pasillos de la administración republicana y relanzada por analistas cercanos a think tanks como Defense Priorities. Pero es una ilusión, y la propia diplomacia estadounidense lo sabe.
«Dado que la operación de Nixon tenía como principal objetivo cerrar con Vietnam, hoy los obstáculos para un ‘Nixon inverso’ son tanto económicos como políticos. Rusia depende en gran medida del apoyo chino. Algunos analistas rusos hablan incluso de ‘vasallaje'», explica Simone Pieranni, periodista, ensayista y uno de los mayores expertos italianos en China.
Una relación asimétrica pero profunda
China se ha convertido en un ancla vital para Moscú tras la invasión de Ucrania en 2022: un socio comercial capaz de absorber las exportaciones rusas condenadas al ostracismo en Europa, un florete político en el tablero multilateral e incluso un proveedor indirecto de tecnología e infraestructura militar. Como escribió Lyle Goldstein en el periódico Responsible Statecraft, las excavadoras chinas fueron fundamentales en la construcción de la Línea Surovikin de defensa rusa, que detuvo la contraofensiva ucraniana en el verano de 2023.
Hay que decir que la relación chino-rusa no está exenta de fricciones: desde la venta de armas rusas a los rivales regionales de China hasta los temores por la explotación medioambiental en Siberia. Pero se basa en una convergencia estratégica a largo plazo. «Políticamente, tanto Pekín como Moscú, aunque de forma diferente, aspiran a una ruptura con el orden global liderado por Estados Unidos, a un mundo desdolarizado. Me parecen razones más fuertes, para Moscú, que confiar en alguien como Trump, teniendo en cuenta que en Pekín ya se sabe quién estará dentro de tres años, en Washington no», prosigue Pieranni.
Una lección de historia
Para entender la dinámica actual, vale la pena remontarse a la historia. La ruptura entre la URSS y la China de Mao en los años sesenta no fue solo geopolítica, sino también ideológica y personal. «Mao y Stalin ya se odiaban. Pero con Jruschov y la desestalinización llegó la verdadera ruptura. Mao temía ser rodeado por los soviéticos a través de Vietnam, y así se lo dijo abiertamente a Kissinger. Además, había profundos desacuerdos sobre quién debía liderar el mundo comunista», recuerda Pieranni.
La cooperación chino-soviética de los años cincuenta fue una de las transferencias de tecnología más masivas de la historia moderna, pero China pagó un alto precio en términos económicos y políticos. «Moscú acaparó recursos, y en cierto momento Mao decidió que la URSS ya no era el ‘hermano mayor’, sino un competidor en la consecución de un socialismo superior. Por eso la ruptura fue irreversible», señala Pieranni.
En la actualidad, China y Rusia no solo comparten intereses energéticos y comerciales, sino también una visión común de la amenaza estadounidense. Pekín percibe la supremacía marítima estadounidense, desde el Mar de China Meridional hasta el Mar Negro, como un peligro sistémico. En la última década, hemos asistido a un aumento constante de la relevancia de las fuerzas marítimas chinas: no solo para intimidar a Taiwán, sino para ejercer el control y la disuasión frente a EE UU en aguas estratégicas.
Mientras Washington refuerza sus alianzas navales en Asia y el Mediterráneo, Pekín responde con un crecimiento constante de sus capacidades aeronavales y una diplomacia económica que también implica a los países aliados de Estados Unidos.
Más sueño que estrategia
El «Nixon a la inversa» no es solo una fantasía nostálgica: es una peligrosa simplificación de la dinámica mundial contemporánea. Nixon actuó sobre una grieta ya abierta, con un objetivo claro y un contexto bipolar. Trump, en cambio, se mueve en un mundo multipolar donde el eje sino-ruso no está resquebrajado, sino más bien reforzado por las sanciones occidentales, la guerra de Ucrania y una visión común antioccidental.
Moscú tiene mucha más seguridad mirando a Pekín que a Washington. E incluso para Trump, la ilusión de poder dividir a dos potencias que se apoyan mutuamente parece un déjà vu desconectado de la realidad.
Artículo publicado originalmente en WIRED Italia. Adaptado por Alondra Flores.